miércoles, 28 de agosto de 2013

El Regreso Del Dj Fiestero

El vídeo de Richie Hawtin en Amnesia (Ibiza) liándola durante casi diez minutos nos reabre el debate sobre si la fiesta debe estar únicamente en el público o el DJ también puede entrar en la dinámica de drogas, bailes y espectáculo. Por lo que parece, tras unos años de calma, el DJ fiestero está de vuelta.

En una secuencia de acontecimientos que pudiera estar escrita por un guionista de Hollywood canalla y enganchado a la ginebra, Richie Hawtin dio el pasado 19 de agosto –un martes por la mañana en Ibiza, en el marco de la alborotada residencia de Cocoon en el club Amnesia– el perfecto recital de lo que no se debe hacer en una cabina de DJ. Venga esa sinopsis. Al principio de todo, la música se detiene. No es un error técnico, como a veces puede ocurrir si salta un plomo. Es el plomo de Hawtin más bien el que salta al estar éste más atento a la taladrada –otrosí dicho ‘comida de oreja’– de un colega y a recibir el morreo (sin lengua) de una groupie que de estar controlando la mesa. Si se observa cuidadosamente la imagen en la repetición de la jugada –‘pónmelo, pónmelo’, que diría Josep Pedrerol–, es el propio brazo de Hawtin el que detiene el sonido, y su gesto inmediato, entre la sorpresa y la preocupación del que sabe que ha metido la pierna, no engaña, por mucho que intente disimularlo con gesto napoleónico de mirada altiva mientras recibe el ruido del público.
richie-hawtin-cocoon-amnesia-2013_280813_1377675054_54_.jpg Richie Hawtin @ Cocoon Amnesia 2013

Esto no sería nada si la cosa se resumiera en un simple ir y venir de faders, pero esto es sólo el comienzo: tras recuperar el sonido, y con un melocotonazo muy serio incapaz de hacerle comprender qué está tocando y cómo debe manejar la situación, Hawtin vuelve a perder la señal de audio en varios momentos, sin perder por ello la concentración en lo importante de todo este asunto, que es el revolotea de la comitiva de suripantas, musculocas y demás especímenes de la fiesta que le rodean en su reducido espacio de trabajo; una chica le trae unos nuevos cascos después de haber partido por la mitad los que aparentemente le fallaban y arrojarlos al suelo, prosigue el besuqueo y los frotamientos, hay gestos hacia el gallinero con el dedo extendido en plan Alejandro Sanz, miradas perdidas, sobaquera sudada al viento. Y cuando todo parece estabilizado, una mano se extiende desde el otro lado de la vitrina y Hawtin se sube a la mesa olisqueando fiesta: parece que se vaya a tirar a la manada, que fuera a volver a su vieja afición por el stage diving, pero se arrepiente en el último momento, regresa tras el ordenador y el sonido, una vez más, desaparece mientras una aprendiz de Lady Gaga le muestra un peluche. Alguien se queja entre el público; Hawtin muestra su dedo medio, como Luis Bárcenas en el aeropuerto, como Aznar en la universidad de Oviedo, y finalmente, ya sí, se lanza al público dando una extraña voltereta que bien pudiera haber acabado con fractura de cervical. Más tarde, lo que se va para el suelo (o casi), es un reproductor de CD, emulando aquellos conciertos de rock que acababan con todos los amplificadores reventados a golpes de mástil (variación muy sui generis de la innovación aportada por Skream en una pasada Boiler Room, en la que se dedicó a regalar parte del equipo de la mesa al público, que se comportó como una manada de asaltadores de tiendas de electrodomésticas en una noche de apagón en la ciudad). En definitiva, un día cualquiera de Ibiza en el que el suministro de bolsitas mágicas ha sido especialmente promiscuo.
sven-vth-richie-hawtin_280813_1377675833_10_.jpg Richie Hawtin y Sven Väth

El vídeo de Hawtin, que lleva ya unos días circulando por la red generando un divertido debate sobre si da risa, pena o sencillamente provoca vergüenza ajena, responde a un tipo de situación que hacía tiempo que no veíamos en esta dimensión tan extrema. Años atrás, justo cuando las fiestas Cocoon estaban en su apogeo en Ibiza, estas imágenes se producían de forma más habitual, no sólo con el propio Hawtin de protagonista, que no escatimaba en oportunidades de amorrarse al pilón y beber alcohol a gollete a la vista de todo el mundo, o de lanzarse al público o de pegarle un morreo de tornillo al primero que pasaba, sino con el sello de calidad politoxicómana del jefe Sven Väth, que no solo conoce a qué sabe la lengua de Richie, sino que superó con creces en la década pasada su leyenda negra como el DJ más aficionado a los narcóticos de los años 90 –nunca hay que cansarse de recordar que más de una vez acabó sus sesiones en el extinto club Omen de Frankfurt recibiendo asistencia médica y oxígeno tras maratones de trance y éxtasis de casi 24 horas sin pararse nada más que para mear–. Eran los tiempos en los que el minimal se estaba volviendo ‘maximal’, cuando la gente exploraba la espalda de Sven buscando quistes de residuos tóxicos como si fueran pepitas de oro en el río Pecos, cuando las capitales del clubbing eran Berlín (en invierno) e Ibiza (en verano), y ambas mantenían una interesante (y paradójica) reputación por promover el tech-house más experimental del momento a la vez que las rutinas de fiesta más intensas acompañadas de tiritos de keta, reflejadas de manera casi naturalista en el documental “Feiern” (2006) de Maja Classen, algo así como un análisis antropológico de las costumbres sexuales, rituales y animales de diferentes DJs berlineses y los clientes habituales de templos como Watergate o Berghain, justo en el momento en que la capital alemana se consolidaba también como el lugar de destino preferido de la ‘Easyjet set’.

"De Villalobos se llegaron a documentar tour de forces de hasta cinco días (y sus noches) sin dormir apenas"
ricardovillalobos_270813_1377603440_42_.jpg Ricardo "Pillaglobos"

En esos días estaba también en su apogeo Ricardo Villalobos, no sólo un productor excepcional, sino un consumidor de drogas voraz, al que muy a menudo se le hacían fotos cuando estaba de after pinchando, con la atención bajo mínimos, la mandíbula colgante, los ojos en blanco, el cuello sudado, el pelo sucio. “Conozco muchos fotógrafos que tienen órdenes de esperar durante horas para sacarme la foto. Siempre aguardan hasta el final, esperando el momento en que estoy más cansado. Nunca las hacen cuando estoy pinchando, o cuando no saco una cara extraña, es injusto”, me comentaba hace años el propio Villalobos en una entrevista publicada originalmente en Go Mag y en la que no rehuía el tema de las drogas, cuando en Berlín existía el chascarrillo sobre qué DJ famoso aparecería muerto primero tras una larga fiesta –de Villalobos se llegaron a documentar tour de forces de hasta cinco días (y sus noches) sin dormir apenas. “Hay un mito sobre mí, pero es falso”, se defendía el productor chileno en la mencionada entrevista. “Reconozco que consumo drogas, pero voy con mucho cuidado con lo que hago y rara vez me paso de la línea”, algo que puede entrar en conflicto con otra frase de la misma charla: “vivo para la fiesta y no me veo a mí mismo en casa, delante de la estufa, con la mantita y tomando el té”. O como diría el afamado futbolista Guti, “no paro de día, y no paro de noche”.
villalobos-richie-sven_280813_1377675779_89_.jpgRichie, Sven y Ricardo

Cuenta la leyenda que fueron Sven Väth y Villalobos los que arrastraron a Hawtin a un nuevo estilo de vida, aunque más que de una abducción en plan secta religiosa habría que hablar de agentes provocadores. En diferentes entrevistas, Hawtin también se ha referido al asunto de las fiestas salvajes: admitía haber cambiado tras su mudanza a Berlín, al empezar una nueva vida fuera de Nueva York y de los recuerdos de su ex novia; eso se tradujo en nuevas amistades, otro ambiente, una liberación que se hizo todavía más laxa cuando el que era el príncipe del techno duro y experimental comenzó a disfrutar del estilo de vida de los clubes con horarios de apertura de 24h. Pero esta tendencia, dominante entre 2004 y 2009 aproximadamente, se ha relajado en los últimos tiempos. Hasta el vídeo de Hawtin en Amnesia no se había documentado ninguna meada fuera de tiesto especialmente memorable de la pandilla Cocoon: Luciano, por ejemplo, está afianzado en su estatus de DJ de masas, facturando de una forma exagerada, mientras que Väth ya tiene una edad y no está para muchos trotes, y Villalobos rebajó su vida pública poco después de ser padre. Hawtin, que tendría que haber sido el más ejemplar de todos, hizo amagos de reforma cuando recuperó su lado experimental tras la reactivación del proyecto Plastikman y el proyecto “Arkives”. Como si de repente se hubiera acabado la fiesta, la fase infantil, y hubieran vuelto los hombres serios y responsables capaces de no mezclar el ocio con los negocios. En cierto momento, hubo consciencia general de que se estaban sobrepasando ciertos límites: de eso va, sin ir más lejos, la película “Berlin Calling” (Hannes Stöhr, 2008), que protagonizara Paul Kalkbrenner: de la caída, hundimiento y vuelta a la luz de un DJ atrapado en una espiral malsana de fiestas, drogas y huida de la realidad.

"Aunque un desliz no sea un síntoma de la deriva de Hawtin, el desliz de Hawtin sí es síntoma de la deriva del mundo DJ en ciertos estadios masivos"
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El vídeo de Hawtin vuelve a modificar la percepción popular sobre su figura. Probablemente no sea un síntoma de una deriva personal y sólo haya que tomarlo como una mañana de locura al sol de la terraza de Amnesia, pero cada nuevo espectáculo de esta dimensión ayuda a ir limando el prestigio acumulado con los años, erosionando su fachada de artista convincente y futurista, y acercándole al de la pantomima que, como demuestra la pujanza de la escena EDM y su dominio aplastante en la música de baile de masas, es donde está el dinero. Más allá de la manera en que Hawtin gestiona su patrimonio artístico –la reedición de sus discos, más rarezas, en “Arkives” es casi monumental, un documento techno de primer orden–, lo que le pierde es su forma de gestionar su carrera como DJ. Por muy atractiva que sea la programación de sus noches enter. en Space –donde están coincidiendo artistas como Vatican Shadow y Demdike Stare con Marco Carola, aka ‘el trípode’, y Maya Jane Coles–, y por muy altos que sean los resultados artísticos, periódicamente se produce ese desliz que le hace retroceder unos pasos: su imagen haciendo stage diving con esa laxitud de cuerpo de quien está fuera de sí –tradúzcanlo al griego clásico y quedará más claro que el agua– siempre será más recordada (y cotilleada) que un ejemplar trabajo de puzzle en tiempo real con el software y la mezcladora Allen & Heath.
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"La EDM ha traído
otro tipo de DJ
que admite que la
música electrónica
ya no tiene historia
y la utiliza como
una parte más
del espectáculo"

Pero aunque un desliz no sea un síntoma de la deriva de Hawtin, el desliz de Hawtin sí es síntoma de la deriva del mundo DJ en ciertos estadios masivos. Curiosamente, el clubbing había vuelto a una zona de apaciguamiento desde que el minimal a la manera berlinesa había perdido el centro de gravedad de la actualidad electrónica. Con el predominio de la escena londinense, en cierta manera, se volvió al ambiente recluido, oscuro; el dubstep y sus derivados, pese al fulgor del UK Funky, nunca han sido músicas para amaneceres y piscinas, como tampoco lo ha sido el revival house y techno de la vieja escuela, que no sólo llevaban asociados consigo un tipo de sonido canónico, sino una manera respetuosa (casi religiosa) de acercarse al ritual de mezclar y compartir la música. Seguía existiendo la fiesta, pero por unos cauces pacíficos que fueron dinamitados por completo cuando llegaron los americanos, sus láseres, su EDM y su inclinación tardo-adolescente. Al evocar los instantes primerizos del enamoramiento con el éxtasis y una cultura del espectáculo derivada del culto a la celebridad y los rituales del rock’n’roll, la EDM ha traído otro tipo de DJ –o, si lo decimos en el argot actual, de ‘tocabotones’– que admite que la música electrónica ya no tiene historia, ni tradición, ni exigencia de respeto, y la utiliza como una parte más –enérgica, fuerte, visceral, primitiva– del espectáculo. Cuando aparecieron artistas como Skrillex en el circuito, sus rasgos identitarios eran casi reptilianos: sonido alto, drops, energía rockera (uso y abuso del riff), luces, y un contacto con el público también muy rock’n’roll, que solía culminar con el stage diving a modo de ceremonia de comunión entre el oficiante y su parroquia –Skrillex se ha jugado el tipo más de una vez, siempre saliendo a hombros–.
aoki_280813_1377677145_16_.jpgSteve Aoki

Cuando se empezó a notar el boom de la EDM, Richie Hawtin intentó subirse al carro. No tanto en el espacio europeo, donde ese tipo de tácticas serían recriminadas, sino en el americano, presentándose como uno de los pioneros de la corriente, como un ‘innovator’, a lomos de una gira coast-to-coast donde adaptaba sus sets habituales a los requisitos de músculo del nuevo público joven americano. Su éxito fue relativo –mientras los top DJs del momento han preferido Las Vegas, él sigue en Ibiza–, pero la semilla de las nuevas reglas del show quedaron plantadas en su interior. El numerito de Amnesia no deja de ser una versión ampliada de la típica fiesta en la cabina que tanto se ve en verano y en los chiringuitos –el DJ pinchando, gente alrededor moviendo el esqueleto, sobre todo mujeres en bikini, con un va y viene de alcohol y bolsitas por lo bajini–, el mismo modelo visual que más tarde adoptaron los inventores de Boiler Room, bajo la inspiración de gente como Steve Aoki. Porque si se aprecia un regreso del DJ fiestero, es en Aoki donde hay que ir a buscar el modelo perfecto: no sólo hace stage diving, sino que también practica la modalidad en lancha inflable (a la que también se puede subir el público); no sólo consume alcohol, sino que se vacía las botellas a chorro sobre su boca abierta y luego escupe el líquido como si fuera un tragafuegos; no sólo ofrece su mano al público, sino también una tarta, que siempre va a parar a la cara del más afortunado. Y cuando las cosas salen mal, siempre es capaz de darle la vuelta a la situación y hacer del mayor de los ridículos el más grande de los triunfos.

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En una secuencia de acontecimientos que pudiera estar escrita por el guionista favorito de James Franco, Steve Aoki falló el pasado mes de noviembre en Puerto Rico al ejecutar uno de los números estrella de su show, que consiste en lanzarse desde la cabina a un trampolín (en realidad, una cama elástica) situado enfrente del público. El aterrizaje fue correcto –la curva desde el borde hasta la lona fue exacta y acertó en el justo centro–, pero el rebote fue inesperado, llevando a Aoki hasta el borde y contra un muro, con lo que se dio un fuerte golpe en el cuello que le tuvo gesticulando sobre la colchoneta al más puro estilo Dani Alves cuando simula una falta. No fue precisamente un susto: los primeros auxilios detectaron peligro, se suspendió la sesión y Aoki se fue para el hospital, siempre acompañado de su cámara personal, que documentó todo a la perfección: el hostiazo, la alarma, la ambulancia, el check-in con los servicios médicos. El DJ-espectáculo no deja de ser un payaso que desprestigia la profesión, pero puestos a hacerlo, mucho mejor con sentido del espectáculo, como si fuera un show de delfines en un zoológico –caso Aoki– que no abundando en el cutrerío –caso Hawtin–. Por lo demás, estas demostraciones de poca vergüenza dan motivos para preocuparse: son avisos que indican que el DJ fiestero, ese animal salvaje que ya creíamos domesticado, está de vuelta y que todavía tiene verano por delante para hacer un destrozo en la autoestima de la profesión. Que tiemblen los camellos.

Fuente: http://www.playgroundmag.net/musica/articulos-de-musica/columnas-musicales/el-regreso-del-dj-fiestero

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