Las entrevistas a Vince Power, director del Festival Internacional de Benicássim, ya no tratan sobre las estrellas que piensa contratar. Lo que interesa saber es si el FIB llegará vivo a 2014, tras el paso por un concurso de acreedores voluntario de la empresa. Power se muestra optimista, pero ahí queda un lento-pero-constante proceso de encogimiento que ha incluido despidos en la oficina, la liquidación de las actividades extramusicales y la progresiva estandarización del cartel. Ya no se contratan leyendas veteranas, ni apenas a grupos experimentales y se ha renunciado a una programación electrónica potente, como tuvieron en su época de esplendor.
Rascando cada euro, Benicássim ha tenido una tensa negociación con los dueños de la zona de acampada para que les rebajen el alquiler de 0,35 a 0,20 euros el metro cuadrado (al final, ha mediado el ayuntamiento, a través de su concejala de festivales). Maraworld, la empresa responsable del FIB, fue una marca dominante en el sector hace una década y ahora es el ejemplo más claro de decadencia, pero no el único.
Otros tres festivales se han visto obligados a acortar su formato "fin de semana" para quedarse en un solo día: el Dcode de Madrid, la cita heavy Sonisphere (Madrid y Barcelona) y el Creamfields Andalucía (que además cambia su nombre por Dreambeach Villaricos para no pagar derechos a la célebre franquicia británica Creamfields). España pierde peso en el mercado de conciertos veraniegos, donde hace solo un lustro era uno de los puntos calientes del mapa global.
El error de Benicássim
Hay bastante consenso en el sector sobre cómo Benicássim perdió su pegada: "El gran patinazo fue volcarse en el público joven, marginando a quienes llevaban yendo al festival desde el principio. Han descuidado a su audiencia de siempre, mientras que en el Primavera Sound o el Sónar la han mimado. El remate ha sido la crisis económica: con casi un sesenta por ciento de paro juvenil sus clientes potenciales han perdido casi todo el poder adquisitivo".
Esta vez lo explica un promotor madrileño con veinte años de experiencia, que prefiere no dar su nombre para evitar "malos rollos" con el festival. El FIB tampoco está en una posición dramática: este año lleva vendidos 20.000 abonos y espera llegar a 30.000 visitantes por día, una cantidad apreciable, pero 10.000 por debajo de la afluencia diaria en 2012. Le están comiendo terreno por todos los flancos.
Otros tres festivales se han visto obligados a acortar su formato "fin de semana" para quedarse en un solo día: el Dcode de Madrid, la cita heavy Sonisphere (Madrid y Barcelona) y el Creamfields Andalucía (que además cambia su nombre por Dreambeach Villaricos para no pagar derechos a la célebre franquicia británica Creamfields). España pierde peso en el mercado de conciertos veraniegos, donde hace solo un lustro era uno de los puntos calientes del mapa global.
El error de Benicássim
Hay bastante consenso en el sector sobre cómo Benicássim perdió su pegada: "El gran patinazo fue volcarse en el público joven, marginando a quienes llevaban yendo al festival desde el principio. Han descuidado a su audiencia de siempre, mientras que en el Primavera Sound o el Sónar la han mimado. El remate ha sido la crisis económica: con casi un sesenta por ciento de paro juvenil sus clientes potenciales han perdido casi todo el poder adquisitivo".
Esta vez lo explica un promotor madrileño con veinte años de experiencia, que prefiere no dar su nombre para evitar "malos rollos" con el festival. El FIB tampoco está en una posición dramática: este año lleva vendidos 20.000 abonos y espera llegar a 30.000 visitantes por día, una cantidad apreciable, pero 10.000 por debajo de la afluencia diaria en 2012. Le están comiendo terreno por todos los flancos.
En el tramo de edad maduro, su audiencia se la han llevado festivales cool de Barcelona como Sónar y Primavera Sound, volcados en grupos veteranos como Blur, Nick Cave, Kraftwerk, Pet Shop Boys y My Bloody Valentine. En la franja juvenil, la feroz competencia viene de citas pujantes situadas en su propia costa: el SOS 4.8 (Murcia), Low Cost (Benidorm) y el Arenal Sound (Murcia). Las tres cuentan con carteles más modestos, pero también con abonos mucho más baratos, un factor decisivo en tiempos de crisis.
Diversión de bajo coste
Atención, pregunta: ¿cuál dirían ustedes que es el festival con más éxito del verano español? Se llama Arenal Sound y se celebra en Burriana (Castellón). Quizá a muchos ni les suena. Hace pocos días agotó su aforo para 2013 y esperan 260.000 asistentes (según costumbre en el sector, cuando una persona acude cuatro días cuenta como cuatro).
España pierde peso en el mercado de conciertos veraniegos, donde hace solo un lustro era uno de los puntos calientes del mapa globalEl año pasado, en su tercera edición, también colgaron el cartel de "no hay billetes". La oferta artística con la que han triunfado es de lo más modesta: el único nombre de esta edición que podemos considerar una estrella es el DJ Steve Aoki. El grueso de la programación descansa en grupos anglosajones de segunda o tercera fila como The Kooks, The Drums, White Lies o Editors, mezclados con indies españoles de tirón moderado (Dorian, Lori Meyers, Iván Ferreiro o Manel, cuyo gancho se concentra sobre todo a Cataluña).
¿Cómo es posible que triunfen los festivales con grupos menos prestigiosos? Primero: en tiempos de crisis, son fundamentales los precios asequibles. El Arenal Sound ofrece abonos desde 30 euros. En la fase final de ventas las entradas de Low Cost, Arenal Sound y SOS 4.8 están entre 60 y 80 euros, mientras que las de Benicássim están entre 130 y 163 euros. La rebaja radical de las entradas fue una apuesta ganadora de David Sánchez, director del Arenal Sound, ex ejecutivo de banca que se pasó al mundo del festivales.
También ha tomado las riendas del Viña Rock, una cita que estuvo a punto de desaparecer tras una edición desastrosa en 2007, donde se registraron 20.000 espectadores diarios. Este año se ha batido récord de asistencia con 61.000 por jornada. Está claro que comprende el momento actual del negocio. Una de sus medidas este año ha sido no repercutir la subida del IVA en las entradas.
Socializar con música de fondo
Arenal Sound apuesta por el bonito y barato, aunque los grupos no sean los más renombrados del planeta indie. El festival de Burriana ha basado su estrategia en tratar bien a su público. "Nuestro director apostó fuerte por la promoción por redes sociales. Le gusta escuchar a los asistentes. Somos el festival español líder en Facebook, con más de 365.000 seguidores", explica Tomás Abril, responsable de prensa.
Los festivales son cada vez más una escapada con música de fondo y menos una experiencia sonora donde sumergirseLa falta de hoteles en Burriana hace que el cámping se cuide al máximo, por ejemplo ofreciendo una porción de tiendas ya montadas con toque chic (el llamado glamping, acampada con glamour, que se ha agotado). Además está el entorno, con uno de los escenarios a pie del mar. Esto puede alimentar una sospecha candente, que muchos consideran un secreto a voces: la experiencia social de asistir a un festival se está imponiendo frente la calidad del cartel. No hay que quitar méritos al cuidado del público, pero crece la impresión de que los festivales son cada vez más una escapada con música de fondo y menos una experiencia sonora donde sumergirse.
Un claro ejemplo: este verano una encuesta de la web MSN, realizada entre dos mil festivaleros británicos, revelaba que solo el 45% asistía principalmente por el gancho de los grupos, mientras el resto valoraba más la posibilidad de ligar, hacer amigos o consumir drogas y alcohol. Esto es es más evidente en Inglaterra. Aunque parezca mentira, una de las noticias destacadas del mes en la prensa musical británica es que el mítico festival de Glanstonbury permitirá acceder al recinto con carritos de supermercado llenos de botellas de alcohol. La masificación de los festivales tiene sus servidumbres, empezando por la atracción de audiencias menos interesadas en la música.
Impactos de 65 millones
Primavera Sound y Sónar son dos citas que aguantan la crisis. Los primeros han batido este año récord de asistencia en Barcelona (170.000 asistentes). ¿Es posible que el éxito comercial deteriore la sustancia artística de un festival? Se calcula que Primavera Sound genera unos 65 millones de euros por edición a la ciudad. Pablo Soler, director del festival, admitía en 2011 en el diario ABC que la tendencia general es que los festivales dejen de recibir apoyo en las concejalías de cultura y pasen a tratar con las oficinas de turismo.
El nivel artístico, inevitablemente, pasa a segundo plano y gana importancia despachar noches de hotel. No es un caso único: se estima que el impacto del Sónar es de unos 60 millones, Arenal Sound 28, Benicássim unos 18 y BBK Live 17,5. Así lo explica el sociólogo Isidro López: "Nada es casual en las estructura de los festivales. Si duran de jueves a domingo es porque el sector hostelero necesita maximizar las pernoctaciones. Si los carteles apuestan por grupos que triunfaron en los noventa es porque los cuarentones son quienes tienen mayor gasto en consumo cultural. Si miras un mapa, todos los festivales que triunfan están en la ruta del turismo internacional: Barcelona, Bilbao y la costa de Levante", explica. Hace diez años el Primavera no se hubiese planteado traer a Blur
"Primavera Sound y Sónar están muy unidos al concepto de ciudad-marca. La estrategia turística de Barcelona es proyectarse al mundo como moderna, innovadora y juvenil. Estaba leyendo la reseña del Sónar en 8XLR8R, una publicación musical de San Francisco, donde decían que si no te diviertes en Barcelona no te vas a divertir en ningún sitio. La ciudad se ha convertido en un patio de juegos para cierta clase media-alta occidental, sobre todo entre los llamados sectores creativos", concluye.
Giro conservador
Otra reveladora encuesta del portal MSN revela que en 2013 que el espectador tipo de los festivales británicos es una persona de 36 años con trabajo y dispuesto a gastar al menos 500 euros durante el fin de semana. La información coincide con una escalada para contratar a los cabezas de cartel más conservadores: este año Glastonbury tiró por los Rolling Stones, Isle of Wight por Bon Jovi, los heavies de Download por Iron Maiden y el Meltdown londinense por Iggy Pop.
En España los carteles más previsibles son Rock In Rio y Bilbao BBK Live, citas superpatrocinadas que destacan por jugar siempre sobre seguro. Los festivales cool prefieren tirar por la nostalgia, sobre todo el Primavera Sound, especialista en propuestas "retro", que abarcan desde unos Blur que no sacan disco desde 2003 hasta unas Beeders cuyo último éxito data de 1993.
"Hace diez años el Primavera no se hubiese planteado traer a Blur, para ese tipo de pop indie comercial estaba Benicássim. En cambio, hoy no lo pueden dejar escapar. El año que contrataron a Smashing Pumpkins quedó claro que sus gustos personales ya no eran el único elemento de juicio a la hora de fichar a un artista", explica Nando Cruz, crítico musical del Periódico de Cataluña. La inclusión en 2007 de Smashing Pumpkins fue un punto de ruptura porque este grupo de rock blando y comercial está en las antípodas estéticas del festival. El único motivo que podía haber para ficharles era el económico. En 2013 el grupo de Billy Corgan vuelve a España como cabeza de cartel del Azkena Rock de Vitoria, otro festival donde chirrían con la línea artística, sobre todo si comparamos con unos comienzos donde mandaban los rockeros excéntricos y/o incómodos como Supersuckers, The Cramps o Steve Earle.
¿Los Pixies o los Sírex?
El Primavera Sound se lleva la palma de la nostalgia, programando cada año leyendas indies que repasan en directo su disco emblemático. "Sólo los heavies han sido tan condescendientes como los indies a la hora de tragar con reuniones de grupos con el 40% de la banda original en el escenario y sin nada nuevo que decir", apunta Nando Cruz. Las grandes leyendas indies vuelven de una en una porque resulta más rentable
Esta misma semana se confirmó que los Pixies, cabezas de cartel del Primavera en dos ediciones, seguirían adelante sin su bajista Kim Deal. Un responsable de contratación de Benicássim, Joan Vich Montaner, respondía a la noticia con un tuit cáustico: "La última vez que vi a los Pixies repetir el mismo repertorio que llevan diez años exprimiendo me sentí como si estuviera viendo a los Sírex".
El negocio de la nostalgia está cada vez más burocratizado: según cuenta otro encargado de contratación, los prestigiosos My Bloody Valentine renunciaron a reunirse en 2007 porque ya se había anunciado la vuelta de Pixies y sabían que harían más dinero siendo la campanada del año siguiente. Desde entonces, las grandes leyendas indies vuelven de una en una porque resulta más rentable. Los últimos fueron The Stones Roses (cabezas de cartel del FIB 2012), que siguen su rentable tour festivalero este verano.
Las citas electrónicas tampoco se libran de la añoranza. El periodista musical Jordi Biancciotto cuestionaba esta semana la percepción mediática de Kraftwerk, estrellas del Sónar 2013: "¿Qué diríamos de los Rolling Stones si vinieran a tocar sin disco nuevo con un show de grandes éxitos en 3D?". Nostalgia hay en todos sitios y reblandecimiento también. Dave Clarke, considerado por muchos como el mejor DJ del mundo, expresó en 2011 su preocupación porque el festival de Monegros (Huesca) incluyese en su cartel al hipercomercial David Guetta.
Este mes algunos asistentes a Monegros protestaban en las redes sociales por la contratación de los previsibles Justice. La progresiva homogeneización de los carteles es evidente para los habituales del festivaleo. "Detecto en los festivales una nociva tendencia al intercambio de cromos. Grupos que ya se sabe que tienen tirón popular y un directo competente van saltando de un festival a otro. Eso es jugar a la baza segura y poco enriquecedora. Este año tocan en mi festival y el próximo en el tuyo: 2 Many DJs, Justice, Björk, MIA, Pet Shop Boys, Kraftwerk, The xx, Crystal Castles pueden ser cabeza de cartel de cualquier festival. Y eso difumina la personalidad de cada uno", apunta Cruz.
Domesticación contracultural
Una cuestión poco tratada es la domesticación política de los festivales, especialmente llamativa en tiempos de crisis y conflicto social. Si algún veterano de Woodstock o nuestro Canet Rock se diera una vuelta por la mayoría de los festivales actuales seguramente sentirían un regusto de derrota. Aparte de algunos grupos del citado Viña Rock, la única cita que conserva la energía contracultural es el Rototom Sunplash, que hace cuatro años se trasladó desde Italia a Benicássim.
Filippo Giunta, director del encuentro, explica que emigraron del país por la hostilidad de la policía contra los asistentes, especialmente los de piel oscura. En Benicássim han encontrado un entorno más empático: "La preventa de entradas en Italia es ahora más alta que cuando el festival se celebraba en el Parque Natural del Rivelino (Ossopo). Esto es significativo porque para venir aquí tienen que viajar, además de que el recinto es una pista de asfalto, pero la gente lo prefiere porque no hay esos problemas con las fuerzas de seguridad".
Rototom es el festival de música jamaicana más grande de Europa. Su enfoque es diferente al resto de citas: "No podríamos admitir como patrocinador a un banco o una marca de coches, ya que están metidos en negocios moralmente cuestionables, pienso ahora en FIAT y la fabricación de tanques. En nuestro festival intentamos ser consecuentes y cuidar al público. Los niños, jubilados y discapacitados entran gratis. La botella de litro y medio de agua vale un euro y medio. Intentamos dar el máximo de servicios a precios asequibles para la gente", explica. Entre sus actividades paralelas destaca la Reggae University, que acoge a historiadores de la cultura jamaicana hasta sociólogos de renombre mundial como Zygmunt Bauman. ¿Otro modelo de festivales es posible?
Fuente: http://www.elconfidencial.com/cultura/2013/06/21/la-decadencia-de-los-festivales-de-verano-123438/
No hay comentarios:
Publicar un comentario