Llega a España la legendaria 'Energy flash', el libro que mejor ha contado la historia de la música electrónica y la cultura de la 'fies'.
La historia de la música electrónica de baile es, en gran medida, una historia de accidentes. O, mejor dicho, de errores no buscados que, sin embargo, desencadenaron posibilidades creativas inesperadas. Uno de ellos, por ejemplo, es la invención del acid house: el sonido característico de este género, que durante años se ha identificado con el logotipo amarillo y risueño del 'smiley', surgió hacia 1987 después de que dos músicos jóvenes amateurs de Chicago, DJ Pierre y Spanky, trastearan con una máquina de poco éxito de la firma Roland, la TB-303, que originalmente se había diseñado para programar líneas de bajo con las que acompañar las actuaciones y los ensayos de los guitarristas.
Pierre y Spanky exploraron las posibilidades que no estaban indicadas en el manual de instrucciones y la 303 les regaló una textura crujiente e hipnótica que causó furor. Y ese tipo de sonido, durante un breve tiempo, cambió el mundo musical tal como se había conocido hasta entonces.
El segundo gran error de la historia de la música electrónica fue la combinación de este sonido en particular -y toda la gama de música periférica que por entonces se estaba haciendo en ciudades de Estados Unidos como Detroit, Chicago y Nueva York, y que se etiquetaba con nombres como techno, house y garage- con un tipo de droga que originalmente se había sintetizado para usos militares y médicos, el éxtasis. Alexander Shulgin, fallecido el lunes de la semana pasada, es algo así como el Timothy Leary de la generación 'rave': el científico que redescubrió el éxtasis a mediados del siglo XX, y que pensó que la droga -que él defendía como fármaco- podría ayudar a cambiar el carácter de la gente. Y lo hizo, pero de manera inesperada cuando la juventud inglesa de los años 1987-1988 empezó a consumirla de manera recreativa en las primeras fiestas 'house' organizadas en Londres, montadas a imagen de las que ese mismo verano habían empezado a triunfar en Ibiza. Poco a poco, la música hecha con máquinas y la droga sintética se volvieron aliados necesarios que dieron pie a uno de los fenómenos culturales más extraños y masivos de la historia de la cultura popular: la escena 'rave'.
Entre 1989 y 1992, Inglaterra fue un hervidero de fiestas que se multiplicaban por espacios diversos -clubes, hangares, en pleno campo-, decoradas con haces de luz láser, un sonido poderoso, música de baile radicalmente hedonista (y casi siempre también futurista) y que podían convocar hasta a 40.000 personas en una sola noche. La cultura 'rave' modificó el mapa de la música contemporánea creando una alternativa al rock dominante, y sobre todo una nueva forma de consumo y entretenimiento, con jerarquías inéditas: por ejemplo, el público es la estrella del acontecimiento, no el DJ; la 'rave' consiste en participar, y no en admirar a un ídolo que canta y/o gesticula de manera ostentosa, a la vez que se diluían los roles masculino-femenino -el éxtasis en su estado más puro potencia la afectividad, de ahí que los extraños se abracen como hermanos, pero a la vez elimina la libido, por tanto no hay deseo sexual-. La música existe como una sustancia continua, un flujo ininterrumpido de placer y significado superficial, que cobra su pleno sentido en la mezcla del DJ, y no como piezas sueltas -a pesar de que muchos hits de house o hardcore entraron en las listas de éxitos de sus respectivos años, como 'Ride on time' (Black Box) o 'Charlie' (The Prodigy)-.
Los ecos de esa transformación todavía se sienten en la actualidad: el dance es un género predominante y ha invadido los espacios del pop comercial de Rihanna, Lady Gaga o Madonna, la cultura 'rave' ha resucitado de manera masiva en Estados Unidos y se ha reactivado la noción del DJ como gran estrella, pastor de 'clubbers' y foco de adoración religiosa, como en el caso de David Guetta -pésimo artista, pero notable boya cultural-. El 'rave', en definitiva, es un fenómeno con más de 25 años de historia. Y lo que le queda.
Esa historia, de la cual los párrafos precedentes son un resumen muy somero, se ha explicado ampliamente, sobre todo, en un libro que entró hace años en el canon de mejores textos de ensayo musical: 'Energy flash', del crítico británico -ahora nacionalizado estadounidense- Simon Reynolds. Originalmente publicado en 1998 por la editorial inglesa Picador, es la gran obra de Reynolds, salvando 'Blissed out', que permanecía inédita en castellano, a diferencia de 'Post-Punk. Romper todo y empezar de nuevo' (2006) y 'Retromanía' (2011), traducidas por la editorial argentina Caja Negra. Inédita hasta ahora, porque este miércoles llega a las tiendas gracias a la editorial Contra. Y de todas las suyas, es sin duda la más extensa, la más personal y la inspirada en una experiencia directa más prolongada. Tras empezar a ir a 'raves' en 1991, Reynolds se sumergió en la escena como observador y participante para, al poco tiempo, empezar a escribir sobre todas las cuestiones que detectaba -evolución de la música, características del fenómeno, figuras artísticas preeminentes- en publicaciones como 'ArfForum', 'Melody Maker' o 'The Wire'. Con los años, Reynolds se ha consolidado como, posiblemente, el principal periodista conectado a la música electrónica -y hasta la actualidad-. 'Energy flash' es su trabajo continuado sobre la obsesión de su vida, su gran aportación documental a la última gran revolución que ha vivido la música contemporánea.
En su primera edición, 'Energy flash' era una crónica generosa de los años más refulgentes, caóticos y creativos de la música electrónica de baile, una secuencia de acontecimientos musicales que llevan del house de Chicago y el techno de Detroit a la Ibiza de los 80, el Manchester fiestero de bandas como Stone Roses y las primeras raves masivas organizadas alrededor de la carretera de circunvalación M25 de Londres -conocida como Orbital, y que daría nombre a una de las bandas de música de baile más importantes de los 90-, para continuar con la evolución de la energía 'rave', que pasó del acid house y un 'hardcore' eufórico a una etapa oscura -'darkcore'- que coincidió con la manifestación de los peores efectos secundarios del éxtasis, el castigo que su consumo continuado produce en cerebros que poco a poco se van secando de serotonina y que llevaron a gran parte de los 'ravers' del 92-93 a la politoxicomanía y la demanda de música más oscura y agresiva. A partir de ahí, Reynolds detalla cómo fue la evolución del techno en los 90 -de la elegancia de Derrick May a la dureza combativa de Underground Resistance y el joven Richie Hawtin-, el nacimiento del 'gabber' -el techno más extremo y oscuro, producido en Holanda- y la gestación, a partir de las cenizas del hardcore original, de escenas como el 'happy hardcore', el 'jungle' y, posteriormente, el 'drum'n'bass', en los que se detectaban nuevos usos y jerarquías de la interfaz música/droga y una ruptura de la unidad social y racial de las raves originales. Todo eso sin olvidar los géneros experimentales derivados del furor de la música de baile -el techno inteligente y el trip-hop- y consideraciones antropológicas, culturales, de género y políticas que se relacionaron con el fenómeno 'rave', como por ejemplo, la promulgación en 1994 de una ley del Parlamento Británico ('Criminal Justice Bill') para impedir las grandes concentraciones en 'raves' sin licencia.
En su primera ampliación, publicada en 2008, Reynolds añadió varios capítulos más para narrar la evolución -que en realidad fue una tendencia hacia la sostenibilidad, que es un eufemismo de 'estancamiento'- de la cultura 'dance': el auge del trance y de los DJs estrella que facturaban cantidades millonarias al cabo de un año de trabajo, el 'minimal' alemán, el '2step' y el 'dubstep', el 'electroclash' y toda la fiebre 'revivalista' de los años 80. La música electrónica ya no goza del empuje de los primeros años 90, cuando campaba la libertad creativa y una capacidad de reinvención y evolución a partir del uso de la tecnología que poco a poco se ha ido agotando, o normalizando, sin que por ello haya menguado la importancia social de la música de baile y la industria del 'clubbing', todavía hoy diversificada en salas 'underground', discotecas comerciales, 'raves' legales -como Monegros, por ejemplo- o grandes festivales de la escala de Sónar. Una de las tesis de Simon Reynolds hacia el final de 'Energy flash' es que la música electrónica, como ocurrió con el jazz, el rock o el hip hop, entró hace unos años en una etapa de agotamiento que repercute en su capacidad de sorpresa y su relevancia.
Y, sin embargo, el 'rave' no está muerto, como lo demuestra el auge masivo y grandilocuente, de 2010 a esta parte, de la escena EDM en Estados Unidos, una repetición de la historia que se vivió en Inglaterra a principios de los 90 con casi 15 años de retraso, y que tiene un reflejo de importancia cultural en artistas como Skrillex. Literalmente, la EDM ha barrido por el momento al rock del mapa de ocio juvenil en Estados Unidos, y por primera vez tiene a géneros líderes como el hip hop o el R&B a su rebufo. En 2013, Reynolds añadió un nuevo capítulo relacionado con este 'boom' en la que ha sido la tercera edición del libro.
La traducción al castellano de Contra es la primera en el mundo que recoge todo el material de 'Energy flash', desde Chicago -y los precedentes de Kraftwerk, Giorgio Moroder/Donna Summer y el italodisco- hasta la EDM americana. Y es, sin lugar a dudas -a pesar de las (¡ay!) diversas erratas que se reparten sus casi 700 páginas de márgenes estrechos y cuerpo de letra diminuto-, el libro sobre música más importante que se va a publicar aquí este año: desde el momento en que se lanzó en 1998, el texto de Reynolds ha conservado el aura de escrito revelador, incluso fundacional a la hora de abordar el fenómeno de la música de baile -más tarde llegaron 'Estado alterado', de Matthew Collin, 'Historia del DJ', de Bill Brewster y Frank Broughton, y en España 'Loops. Una historia de la música electrónica', editado por Omar Morera y un servidor-. Si a alguien le interesa la música electrónica, y tiene el criterio suficiente para comprender que hay grandes diferencias entre artistas revolucionarios como Joey Beltram, Juan Atkins, Aphex Twin o Goldie y vividores como Kiko Rivera o Steve Aoki, éste es el libro que hay que leer. Sobre todo ahora: la vigencia de 'Energy flash' es más sólida hoy que nunca.
Fuente: http://www.elmundo.es/cultura/2014/06/11/539717a1e2704ec7718b45a7.html
Pierre y Spanky exploraron las posibilidades que no estaban indicadas en el manual de instrucciones y la 303 les regaló una textura crujiente e hipnótica que causó furor. Y ese tipo de sonido, durante un breve tiempo, cambió el mundo musical tal como se había conocido hasta entonces.
El segundo gran error de la historia de la música electrónica fue la combinación de este sonido en particular -y toda la gama de música periférica que por entonces se estaba haciendo en ciudades de Estados Unidos como Detroit, Chicago y Nueva York, y que se etiquetaba con nombres como techno, house y garage- con un tipo de droga que originalmente se había sintetizado para usos militares y médicos, el éxtasis. Alexander Shulgin, fallecido el lunes de la semana pasada, es algo así como el Timothy Leary de la generación 'rave': el científico que redescubrió el éxtasis a mediados del siglo XX, y que pensó que la droga -que él defendía como fármaco- podría ayudar a cambiar el carácter de la gente. Y lo hizo, pero de manera inesperada cuando la juventud inglesa de los años 1987-1988 empezó a consumirla de manera recreativa en las primeras fiestas 'house' organizadas en Londres, montadas a imagen de las que ese mismo verano habían empezado a triunfar en Ibiza. Poco a poco, la música hecha con máquinas y la droga sintética se volvieron aliados necesarios que dieron pie a uno de los fenómenos culturales más extraños y masivos de la historia de la cultura popular: la escena 'rave'.
'Ferraris' e 'iglús'; España, 2002. FRANCISCO VEGA
Los ecos de esa transformación todavía se sienten en la actualidad: el dance es un género predominante y ha invadido los espacios del pop comercial de Rihanna, Lady Gaga o Madonna, la cultura 'rave' ha resucitado de manera masiva en Estados Unidos y se ha reactivado la noción del DJ como gran estrella, pastor de 'clubbers' y foco de adoración religiosa, como en el caso de David Guetta -pésimo artista, pero notable boya cultural-. El 'rave', en definitiva, es un fenómeno con más de 25 años de historia. Y lo que le queda.
Esa historia, de la cual los párrafos precedentes son un resumen muy somero, se ha explicado ampliamente, sobre todo, en un libro que entró hace años en el canon de mejores textos de ensayo musical: 'Energy flash', del crítico británico -ahora nacionalizado estadounidense- Simon Reynolds. Originalmente publicado en 1998 por la editorial inglesa Picador, es la gran obra de Reynolds, salvando 'Blissed out', que permanecía inédita en castellano, a diferencia de 'Post-Punk. Romper todo y empezar de nuevo' (2006) y 'Retromanía' (2011), traducidas por la editorial argentina Caja Negra. Inédita hasta ahora, porque este miércoles llega a las tiendas gracias a la editorial Contra. Y de todas las suyas, es sin duda la más extensa, la más personal y la inspirada en una experiencia directa más prolongada. Tras empezar a ir a 'raves' en 1991, Reynolds se sumergió en la escena como observador y participante para, al poco tiempo, empezar a escribir sobre todas las cuestiones que detectaba -evolución de la música, características del fenómeno, figuras artísticas preeminentes- en publicaciones como 'ArfForum', 'Melody Maker' o 'The Wire'. Con los años, Reynolds se ha consolidado como, posiblemente, el principal periodista conectado a la música electrónica -y hasta la actualidad-. 'Energy flash' es su trabajo continuado sobre la obsesión de su vida, su gran aportación documental a la última gran revolución que ha vivido la música contemporánea.
En su primera edición, 'Energy flash' era una crónica generosa de los años más refulgentes, caóticos y creativos de la música electrónica de baile, una secuencia de acontecimientos musicales que llevan del house de Chicago y el techno de Detroit a la Ibiza de los 80, el Manchester fiestero de bandas como Stone Roses y las primeras raves masivas organizadas alrededor de la carretera de circunvalación M25 de Londres -conocida como Orbital, y que daría nombre a una de las bandas de música de baile más importantes de los 90-, para continuar con la evolución de la energía 'rave', que pasó del acid house y un 'hardcore' eufórico a una etapa oscura -'darkcore'- que coincidió con la manifestación de los peores efectos secundarios del éxtasis, el castigo que su consumo continuado produce en cerebros que poco a poco se van secando de serotonina y que llevaron a gran parte de los 'ravers' del 92-93 a la politoxicomanía y la demanda de música más oscura y agresiva. A partir de ahí, Reynolds detalla cómo fue la evolución del techno en los 90 -de la elegancia de Derrick May a la dureza combativa de Underground Resistance y el joven Richie Hawtin-, el nacimiento del 'gabber' -el techno más extremo y oscuro, producido en Holanda- y la gestación, a partir de las cenizas del hardcore original, de escenas como el 'happy hardcore', el 'jungle' y, posteriormente, el 'drum'n'bass', en los que se detectaban nuevos usos y jerarquías de la interfaz música/droga y una ruptura de la unidad social y racial de las raves originales. Todo eso sin olvidar los géneros experimentales derivados del furor de la música de baile -el techno inteligente y el trip-hop- y consideraciones antropológicas, culturales, de género y políticas que se relacionaron con el fenómeno 'rave', como por ejemplo, la promulgación en 1994 de una ley del Parlamento Británico ('Criminal Justice Bill') para impedir las grandes concentraciones en 'raves' sin licencia.
PEPE TORRES
Y, sin embargo, el 'rave' no está muerto, como lo demuestra el auge masivo y grandilocuente, de 2010 a esta parte, de la escena EDM en Estados Unidos, una repetición de la historia que se vivió en Inglaterra a principios de los 90 con casi 15 años de retraso, y que tiene un reflejo de importancia cultural en artistas como Skrillex. Literalmente, la EDM ha barrido por el momento al rock del mapa de ocio juvenil en Estados Unidos, y por primera vez tiene a géneros líderes como el hip hop o el R&B a su rebufo. En 2013, Reynolds añadió un nuevo capítulo relacionado con este 'boom' en la que ha sido la tercera edición del libro.
La traducción al castellano de Contra es la primera en el mundo que recoge todo el material de 'Energy flash', desde Chicago -y los precedentes de Kraftwerk, Giorgio Moroder/Donna Summer y el italodisco- hasta la EDM americana. Y es, sin lugar a dudas -a pesar de las (¡ay!) diversas erratas que se reparten sus casi 700 páginas de márgenes estrechos y cuerpo de letra diminuto-, el libro sobre música más importante que se va a publicar aquí este año: desde el momento en que se lanzó en 1998, el texto de Reynolds ha conservado el aura de escrito revelador, incluso fundacional a la hora de abordar el fenómeno de la música de baile -más tarde llegaron 'Estado alterado', de Matthew Collin, 'Historia del DJ', de Bill Brewster y Frank Broughton, y en España 'Loops. Una historia de la música electrónica', editado por Omar Morera y un servidor-. Si a alguien le interesa la música electrónica, y tiene el criterio suficiente para comprender que hay grandes diferencias entre artistas revolucionarios como Joey Beltram, Juan Atkins, Aphex Twin o Goldie y vividores como Kiko Rivera o Steve Aoki, éste es el libro que hay que leer. Sobre todo ahora: la vigencia de 'Energy flash' es más sólida hoy que nunca.
Fuente: http://www.elmundo.es/cultura/2014/06/11/539717a1e2704ec7718b45a7.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario